Cuando te acercas a una urna, con la papeleta en la mano,
estás cumpliendo con el fin último de la democracia: la elección de tu
representante en un órgano de gobierno: municipal, autonómico o nacional.
Acaba tu participación, pero comienza tu responsabilidad.
Los ciudadanos tenemos nuestra responsabilidad en la
política. En la sanidad, la educación, en lo laboral, las pensiones… El voto no
es inocente. Es tu respaldo a personas que van a aplicar ideas políticas.
El político no ejerce su voluntad. Es depositario de un voto
que le permite, o le impide, hacer lo que creen aquellos a los que representa.
Una de las cualidades humanas (una de las menos usadas) es la
autocrítica. La capacidad de analizar nuestras acciones. Nadie reconoce votar a
determinados partidos, pero ganan administraciones, y, cuando ganan, sabemos lo
que pasa.
Ya se desprenden de la máscara electoral. Ya sabemos, o intuimos,
qué van a hacer, y aun así les votamos.
A la vista de los resultados cualquiera pensaría que hay más
gente de clase media y alta que trabajadora.
En este país el voto está condicionado por múltiples
factores: religión, caciquismo, puesto de trabajo, odio al otro, rencores, …
Por eso no es fácil que la gente vote con la cabeza y no se deje guiar por el
corazón o las tripas.
La escasez de respiradores, mascarillas, guantes, trajes, …
El desmantelamiento de nuestra sanidad, de la enseñanza
pública, del sistema de pensiones, en resumen, del estado del bienestar, tiene
un culpable:
TODOS
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